Primer premio Bloggin Sta Eulalia

Primer premio Bloggin Sta Eulalia

viernes, 24 de octubre de 2014

HERMANO NICOLAI

Fotografía: /es.123rf.com


Querido Nicolai,
¿recuerdas todos los momentos que hemos vivido juntos? ¿recuerdas las risas y las confidencias, cuando paseábamos, o mientras tomábamos chocolate en el parque de la Vega? Nunca olvidaré la decisión que tomé aquella inolvidable tarde. Marcó mi vida para siempre. Me encanta pasear por las calles de mi ciudad, para disfrutar y empaparme de historia y de cultura, soñar con su pasado glorioso, transformarme en un enamorado “Fernando” que corre apresurado con el rostro oculto por las inmediaciones del Pozo Amargo, para reunirse con su amada. Porque aunque salmantino de nacimiento, me considero toledano de corazón, son muchos años los que llevo en esta ciudad, a la que adoro.


Así que, aún viviendo alejado del centro histórico, mi rutina diaria era madrugar, e ir paseando a mi trabajo. Todas las mañanas durante años he hecho el mismo recorrido. Desde mi casa caminaba unos diez minutos hasta llegar al puente de Alcántara, lo cruzaba y subía hacia Zocodover, para dirigirme en dirección a la calle Ancha y continuar por la calle de la Plata, hasta llegar al hospital del “Refugio”, mi centro de trabajo. Mis funciones como celador en el hospital me proporcionaban una gran satisfacción ya que tengo gran vocación por ayudar a las personas enfermas y necesitadas. Solía pasar por la calle de la Plata a las siete de la mañana. Sentía que podía ir con los ojos cerrados, había hecho ese recorrido tantas veces... Un día me pareció ver que alguien merodeaba alrededor de un contenedor de basura cerca de la Parroquia de San Nicolás, pero cuando retrocedí para asegurarme, la persona que yo creía haber visto, ya no estaba. Pensé que como era de noche, la sombra de algún animal me habría confundido. Continué sin más. A la mañana siguiente pasaba por el mismo sitio y volví a ver que algo se movía alrededor del mismo contenedor. Decidí acercarme. Y pude comprobar, que efectivamente, no era ningún animal, pero quien fuese, se asustó y salió corriendo. No me dio tiempo reaccionar para decirle que no pretendía asustarle. Era un hombre,
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porque acerté a ver su barba y no parecía muy mayor por la agilidad que demostró en su huida.
De la misma manera retrocedí sobre mis propios pasos y continué calle arriba hacia mi trabajo. Había tanto por hacer, tantas historias conmovedoras detrás de cada persona internada, que cada vez que atravesaba el bonito portón de entrada, necesitaba involucrarme con cada enfermo, para sentir que mi trabajo merecía la pena.
Una fría mañana de Diciembre mientras cruzaba el puente, como de costumbre, tenía la imagen de aquel hombre del contenedor grabada en mi cabeza. Parecía joven, ¿cuál sería su historia? ¿porqué triste situación personal estaría pasando para estar en la indigencia y obligarle a rebuscar comida de aquella manera?
Desde que comencé a trabajar en el hospital, para mi los enfermos, indigentes..., no son seres anónimos, son personas con un pasado, una vida, una experiencia, y todos merecen un gran respeto y también dedicación. Tengo una gran sensibilidad ante la vulnerabilidad de mis iguales.
Muchas veces mis sueños son como estructuras arquitectónicas con forma de cubo y cada compartimento pertenece a una persona y su mundo particular, donde yo visualizo sus necesidades desde el exterior e intento ofrecerles las mejores soluciones a sus necesidades.
Atiendo a mucha gente en mi trabajo, individuos de toda condición. Esas sonrisas, sus rostros, sus penas y sus alegrías, las guardo en mi mochila cuando acaba mi jornada y las desmigajo en casa. Las comparto con mi esposa e hijos. Ellos me dicen alguna vez que intente no sufrir o involucrarme tanto, pero no puedo evitarlo.
Había conocido a gente muy especial como a mi gran amigo Gustavo, el cual sufrió una intoxicación y estuvo una semana en hospital. Éste un buen día vendió su coche, para poder mantener a una familia extremadamente necesitada durante unos meses. Gente así merecía tanto la pena. Me gustaba compartir, con personas como Gustavo, mis inquietudes. Él me entendía muy bien.

Mientras mi mente estaba procesando estas historias, de pronto me vino a la cabeza la imagen de ese hombre solitario.
Decidí que esa mañana iba a cambiar ligeramente mi ruta. Desde Zocodover me dirigí hacia la calle Alfileritos para entrar en la calle Cadenas e intentar un acercamiento sin asustarle. Así lo hice. Le sorprendí comiendo unos tomates y un trozo de pan, que sin
lugar a dudas había sacado del contenedor. Se sobresaltó pero no huyó esta vez.

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Intenté comunicarme, pero él miraba receloso y al principio no habló nada.
Yo seguía diciéndole que pasaba por allí todas la mañanas, que trabajaba cerca y que me ofrecía para ayudarle. Por fin dijo: “no español”. Le dije si podía entenderme un poco, me dijo de forma casi ininteligible, que tenia hambre y frio. Le entregué la fruta y el bocadillo que llevaba para la merienda, y sentí que con su mirada me agradecía la ofrenda. Se me hacía tarde, así que me despedí. En el descanso, quise verle, pero ya no estaba. Volví apesadumbrado. Al día siguiente salí de casa y mi paso era más rápido que de costumbre, sentía la necesidad de llegar cuanto antes a la puerta de la parroquia de San Nicolás, una extraña fuerza me atraía hacia aquel lugar, para encontrarme con el hombre misterioso. Cuando llegué pude observar que de nuevo estaba allí, sentado al lado del contenedor, comiendo alguna cosa. Le entregué una barra de pan y algunos alimentos que había cogido de casa. En su cara vi asomar ligeramente una sonrisa. Me senté a su lado, y percibí como temblaba, no se exactamente, si solo de frio. Tenía una enorme barba y el pelo le caía sobre los hombros. Llevaba puesto un abrigo, viejo y roto. Me miraba mientras comía, y a medida que pasaba el tiempo notaba que estaba menos asustado, parecía más tranquilo. El reloj de la iglesia marcaba las siete y media, tenía que dejarle. Cuando había avanzado un poco, escuché con claridad, “GRACIAS”. Me di la vuelta, le dediqué una gran sonrisa de complicidad y continué mi camino. En el trabajo la gente ya estaba hablando de cómo y donde celebrarían la Navidad. Unos se iban de viaje, otros se quedarían en la ciudad compartiendo con su familia esa cena y todo lo que ello englobaba. El ambiente alegre de esa época se palpaba en cada rincón. Mientras tanto yo estaba pensando que pasaría con ese hombre, donde dormiría cada noche, que haría para poder sobrellevar el frio, el hambre. ¿Tendría familia? ¿dónde estaría? ¿qué haría en Navidad? Esa tarde mi esposa, mis hijos y yo, fuimos a recorrer las calles del casco histórico, para ver la iluminación de la ciudad, poder contemplar aquellas maravillas en miniatura rememorando la época de Jesús. Compramos dulces en el convento de San Antonio, delicias exquisitas que solo unas manos expertas pueden realizar. Había gente por todos sitios.
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Mientras los niños y Mencía, mi esposa, estaban entretenidos mirando los puestos navideños en la plaza de Zocodover, les dije que me esperasen un poco, que tenía que ir a hacer un recado. Me dirigí hacia la calle Cadenas para ver si le veía, pero no estaba. Volví donde estaba mi familia, compramos unas castañas asadas y nos fuimos para casa, era tarde y hacía bastante frio.

En la cama, esa noche, pensaba que podría hacer para mejorar su vida, me quedé dormido y soñé con él, tenía una familia y le vi feliz.
Al despertar tuve la sensación que era un sueño muy real. Estaba desconcertado. Me preparé como de costumbre, me despedí de Mencía y de los niños y emprendí rumbo hacia el centro de la ciudad, con un pensamiento fijo que era saludar a aquel hombre. Y allí estaba él, mirando en mi dirección, como si me esperase.

Me acerqué, me sonrió y le entregué una bolsa donde había un abrigo nuevo que había comprado el año anterior. Le pedí que me acompañase, no entendía. Con gestos le indiqué que me siguiese, no sabía muy bien que pretendía, pero confió.
Entramos en una cafetería, y las personas que allí había nos observaban con curiosidad, nosotros nos sentamos en una mesa y le pedí al camarero que nos trajese dos desayunos completos. Entre su sorpresa y mi satisfacción había una conmovedora complicidad.
No se que estaría pensando mi acompañante. Yo comencé a armar frases sencillas para hacerme entender. Le dije que mi nombre era Gerardo y que mi profesión se desarrollaba en un hospital y algunas cosas más, para intentar un acercamiento y que él se sintiese cómodo. Como noté que después de un rato estaba intranquilo, decidí que ya era hora de marcharnos.
Nos despedimos y me dirigí al trabajo. Aquella mañana entraba más tarde que de costumbre. Todos mis compañeros estaban felices hablando de sus planes navideños. Ese día nos entregaron una bonita cesta con productos típicos y a la gente le gustaba el detalle. Yo pensaba en mi hija Jimena, la pequeña, pues le encantaría abrir la cesta cuando la llevase a casa. Aunque mentalmente le pedí disculpas a mi pequeña porque la cesta se quedaría en manos de alguien que seguro la necesitaría más.

Sin embargo ese día tenia sentimientos encontrados, ya que imaginaba mi cena de Navidad en casa y la felicidad y el calor que ofrece la familia. Pero... ¿y mi amigo? ¿dónde pasaría la noche? ¿y las demás noches?
Desde hacía varios días, desayunábamos juntos y él, poco a poco, decía alguna palabra en español, sobre todo “gracias”.
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Decidí un día ofrecerle un paseo un poco más largo y caminar juntos hasta el parque de la Vega. Nos sentamos y juntos tomamos un chocolate con churros delicioso. Ese día fue cuando descubrí su nombre, se llamaba Nicolai Harchenko.
Tenía la mañana libre hasta las doce que comenzaba mi turno de trabajo, así que paseamos un poco y decidimos ocupar un banco del parque para dialogar y entretanto observábamos el ir y venir de la gente. Algunos curiosos nos miraban con cierta extrañeza, no se porqué.

Llevaba puesto mi abrigo y me satisfizo bastante, por lo menos sabía que algo de calor le proporcionaría.
Pude entender que su país de origen era Georgia. Mi mundo, su mundo... Era un hombre inteligente, prestaba mucha atención cuando yo hablaba e iba adquiriendo bastante vocabulario.

Le dije que tenía que marcharme a trabajar. Me sonrió y me alejé escuchando un “adiós” muy claro. Me fui conforme.
¿Porqué me sentía tan bien? Por otro lado, era como cuando un pintor termina su cuadro pero no le ha puesto esa nota, firma o no se que, para culminar su obra. Aunque parece completa no lo está. Mi obra con él estaba inacabada.
El día de Nochebuena entraba al hospital para hacer un turno de trabajo de tres a siete de la tarde. Ese día tan especial, tan familiar, me embriagaba un sentimiento de tristeza que no me dejaba paladear la magia del momento. Había conocido a una persona que estaba sola, pasando hambre y frio, y yo tenía todo de lo que él carecía. Iba pensando en ello mientras bajaba la calle, brillante por la helada que ya se estaba haciendo notar. Serían las siete y media de la tarde. Giré mi cabeza, como un acto reflejo al pasar cerca de la parroquia donde solía estar mi amigo por las mañanas y cual fue mi sorpresa cuando adiviné que aquella silueta pertenecía a Nicolai. No pude contener mi felicidad, fui hacia él y me dijo: “hola amigo”. Le pedí que me acompañase. Entramos a tomar un café, sabía que le haría bien.

Se sentía más cómodo conmigo, parecía que confiaba en mi, no sabía cual era su vida pasada, pero notaba que era un hombre educado y tremendamente agradecido.
Salimos de la cafetería con paso decidido. Y le cogí del brazo para que me siguiera, él no sabía que pasaba. Dudó un momento, pero continuó a mi lado.
Yo creo que la fuerza interior que tenía en ese momento le acaparó por completo.


Fotografía: http://es.paperblog.com/paseo-de-merchan-o-paseo-de-la-vega-en-toledo-2412201/

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Abrí la puerta y mi esposa y los niños vinieron a recibirme, como cada día. Los cuatro nos miraban sorprendidos. Durante unos segundos temí una reacción adversa, pero Mencía no me defraudó. Nos saludó, e invitó a pasar a nuestro invitado. A mi me dio un caluroso beso en la mejilla.

Los niños, especialmente la pequeña Jimena, miraban a Nicolai un poco extrañados.
Les expliqué como le había conocido y ellos escucharon atentamente. Mencía me dijo que acompañase a nuestro invitado para asearse y prepararnos para la cena. Así lo hice. Me pidió permiso para afeitarse y le ayudé ya que tenía una gran barba.

Le dejé varias prendas de ropa para que se vistiese y curiosamente debíamos utilizar la misma talla, ya que cuando apareció en el salón parecía que tanto el pantalón como el jersey, estaban hechos a su medida.
Vi su rostro despejado al no llevar esa frondosa barba y ya no me cabía ninguna duda, era un hombre joven, de unos cuarenta y cinco años, moreno, ojos azules.

Nos sentamos todos para celebrar la cena de Navidad. En una misma mesa, seis corazones unidos por un sentimiento maravilloso.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido Nico? Hemos pasado siete increíbles años juntos. Los niños te adoran, Mencía siente un gran cariño por ti. Y ya sabes que tu para mi no eres mi amigo, eres mi hermano.
Hemos compartido tantos momentos, alegrías y tristezas, sueños. Sobre todo cuando nos contaste porqué habías llegado a España. Tuviste un hijo, aunque tu mujer te abandonó cuando el pequeño Yuri tenía 3 años, se marchó con otro hombre y le dieron la custodia del niño. Desaparecieron de tu vida y caíste en una profunda depresión que te obligó a abandonar tu trabajo de enfermero y deambular por tantos sitios, hasta que llegaste a Toledo. Podías haber ido a cualquier otro lugar, pero no podía ser, yo te estaba esperando.

Mi familia que ha sido la tuya, hizo que tu mente no estuviese constantemente pensando que estabas solo.
Como todos vieron tus cualidades, muy pronto confiaron en ti para desarrollar tu profesión en el hospital. Has sido un estupendo profesional y me siento orgulloso de ti. Por cierto, no te preocupes que sabes que no voy a faltar a mi promesa, y tarde o temprano encontraré a tu hijo.
Hace frio aquí, pero me hace tanto bien recordar...
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Ahora soy yo el que te dice: “adiós hermano”, hasta la próxima semana. Sabes que estaré aquí cada tarde de sábado, entre estos cipreses para charlar largo y tendido. 


COMENTARIO:

Esta historia está basada en un hecho real. Hace unos  años una amiga me contó algo similar a lo que relato en esta historia y me impactó.

Siempre pienso que hay personas buenas en el mundo que merecen mucho la pena.
He cambiado el escenario, lo he ambientado en Toledo, aunque la historia real sucedió en otra ciudad.
Y también los nombres son distintos para proteger la intimidad de las personas.
El protagonista murió como consecuencia de un cáncer de huesos.

REFERENCIA HISTÓRICA DEL HOSPITAL DEL REFUGIO Y DEL BÁLSAMO EN TOLEDO. (fuente:/foro.toletho.com).

12- Hospital del Refugio. (F5). Situado en la calle Alfileritos, esquina al Cristo de la Luz.

Estaba situado en la parroquia de San Nicolás con el primitivo titulo del Dulce Nombre de Jesús y de la Virgen y Madre de Dios, posteriormente se le llamó de San Nicolás y luego del Refugio.
El origen de este establecimiento parece ser debido a la caridad de dos vecinos de Toledo llamados Gerónimo de Madrid y Francisco de Zalamea, que salían juntos rondando las calles, principalmente en invierno, para recoger a los pobres enfermos que encontraban sin casa o sin recursos, llevándoselos a las suyas para curarlos. Algunas otras personas piadosas solían acompañarles en tan meritoria obra que titulaban “la Ronda de Pan y Huevo”, pues tal era el alimento que suministraban en un primer momento a los pobres enfermos para reanimarlos.
Una vez llegadas estas noticias al Cardenal Jiménez de Cisneros, quiso conocerles, facilitándoles buenas sumas de dinero y formando en 1.506 una hermandad que se tituló de la Purísima Concepción que con el tiempo fue tranformada en Cofradía con la advocación de Virgen y Madre de Dios en la capilla de su propio palacio. Adquirió unas casas en lo que llamaban el Rastro viejo y corral de San Juan a las que llevaban los enfermos recogidos por la noche y provisional mente los alimentaban hasta poderlos trasladar a otros hospitales.
Después localizaron otro local más desahogado en la parroquia de San Nicolás y bajo el titulo de Jesús y la Madre de Dios le destinaron a la curación de enfermos que no tuviesen pasibilidad de ser recibidos en los demás hospitales, porque sus padecimientos fuesen contagiosos o complicados. Pero poco habría de durar como tal hospital pues pasó a convertirse en lugar de en casa de curación de enfermos en asilo de mujeres embarazadas que necesitaban ocultar su estado y salir de su vergonzosa situación con sigilo y seguridad del secreto, pasando así a llamarse hospitalito del Refugio.
La Hermandad de Nuestra Señora del Refugio estaba al frente del hospital poniendo a un sacerdote como rector y alguna familia honrada que sirviese a la vez la portería y la asistencia a las mujeres que eran admitidas. Se proveía a las mujeres de facultativos que las asistiesen en el momento del parto y durante su convalecencia y se encargaban de llevar a la inclusa al recién nacido con el más inviolable sigilo.

Aunque sus rentas eran limitadas, fue capaz de vivir de ellas hasta 1836, fecha en que pasa a depender de la Junta Municipal de Beneficencia. Posteriormente se instalará como Casa Maternidad en el convento de S. Pedro Mártir.


14- Hospital de Bálsamo. (E6). Calle de la Plata (actual correos)





Tomó este nombre del apellido de su fundador Don Diego de Bálsamo el cual lo instituyó el 12 de agosto de 1632 teniendo una vida corta ya que en 1774 ya había desaparecido (según referencias de Don Alfonso López-Pando) y sus rentas, escasas, pasan a la Casa de Caridad.
Fue un hospital de convalecientes al que llegaban los enfermos que procedían del cercano hospital del Refugio.
Posteriormente el edificio fue comprado por un particular; situado en la casa que actualmente ocupa Correos en la calle de la Plata, junto a la plaza de San Vicente, no se conserva de él nada más que su magnífica portada.



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