Primer premio Bloggin Sta Eulalia

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martes, 3 de febrero de 2015

GRADOS DE ILUSIÓN


Candela bajó la ventanilla del taxi para poder observar mejor el internado. No salió nadie a despedirse de ella y no le importaba. Después del accidente de tráfico de sus padres se había quedado con la compañía de sus recuerdos, unos tutores abusivos y la tristeza de sus doce años. Por eso, tras bajar la ventanilla para observar el edificio de piedra y yedra, se sintió libre por primera vez desde que se quedó huérfana, subió con decisión el cristal y le dio la orden al conductor para que iniciara la marcha.



El ronroneo del motor la adormeció. Soñó con su padre, manteniendo el brazo alzado para balancear suavemente el tinto de una copa. La luz se abría en granates conocidos para el olfato del hombre. El coche tomó un bache y el tinto se desvaneció. Candela sonrió recostada en el asiento del vehículo. En octubre comenzaría sus estudios de Ingeniería Enológica.
Transcurrieron cinco años de esfuerzo y descubrimiento constante. A Candela le entusiasmaba su carrera. Le gustaba saber acerca de la producción vinícola, conocer las instalaciones, los materiales que se utilizaban, hacer el cálculo de cargas, la fase de prensado, filtración y centrifugación… y siempre pensaba que le hubiese hecho ilusión compartir todos esos conocimientos con su padre. A él y a su madre les dedicaba su aprendizaje y dedicación.
Candela no salía apenas con sus amigos para divertirse. Su prioridad era acabar los estudios y poder dedicarse a ello en el futuro, bien de manera directa, trabajando en alguna bodega o industria vinícola, o bien impartiendo clases para transmitir su saber a otras personas. Estuvo cinco años en la Escuela Politécnica Superior de Orihuela, y un doce de mayo del año 2000 se graduó. En la ceremonia sintió aún más la falta de sus padres, pero a ellos les brindó en silencio el momento en que subió a recoger su título.
Fue un día de sentimientos encontrados, un vaivén de recuerdos, sensaciones y momentos muy especiales que hicieron que Candela dejase volar su mente  para revivir esos dulces momentos al lado de sus padres, compartiendo juegos,  caricias, confidencias… pero la realidad era otra y fue muy consciente de ello. Intentó estar a la altura de las circunstancias, era un reto para ella (no dejarse llevar por las emociones contenidas) que se lo debía a quien tanto amó. Aquel día sentía a sus padres más presentes que nunca.
En esa ceremonia conoció a Ricardo. Charlaron largo rato compartiendo sueños y expectativas acerca de su pasión común: el vino. Pero antes de lo que le hubiera gustado, Candela tuvo que regresar a la residencia de estudiantes y dar por teminada la velada.
A los pocos días de la fiesta, Candela fue a recoger unas pruebas en la consulta del médico. Detrás de la mesa, el doctor se ajustaba las gafas mientras leía el informe. Un galimatías de datos técnicos envolvió a Candela, quien entendió perfectamente su significado. Cuando el doctor hubo terminado, Candela tomó su bolso y salió de la consulta con decisión. Sabía lo que tenía que hacer.
Llegó a la residencia y terminó de hacer el equipaje. Se despidió de sus compañeros y partió hacia su casa, ubicada en una pequeña población de Soria llamada Medinaceli. Quería regresar a su pueblo para ver cómo estaba todo. Hacía varios años que no iba por allí. Además, necesitaba ir al cementerio para dejar un ramo de flores en la tumba de sus padres. Ese era su primer proyecto, aunque llevaba varias semanas dando vueltas a otro asunto que la tenía bastante ilusionada. Quería llevar a la práctica toda la teoría que había aprendido en clase, y pensó que la mejor forma de hacerlo era trabajar, involucrarse en las tareas de la producción del vino. Había estado documentándose sobre regiones, costumbres…
El lugar que finalmente eligiese para poner en marcha su proyecto sería donde ella pudiese visitar los campos de viñas y por sí misma comprobar todas las especificidades sobre la materia, como el índice de grados Baumé adecuado, entre otros. Quería ver y hacer el seguimiento del grano de la uva, ya que sabía que no se podía dañar desde el campo a la bodega, pues de lo contrario, iniciaría la fermentación antes de tiempo. Quería seguir la selección de la uva para hacer distintas variedades de vino, el blanco, el tinto, el rosado. Y comprobar con sus propios ojos cuando finalizaba la vinificación. De esta manera, podría ver cómo son embotellados los vinos, como jóvenes o cosecha, o bien madurados en fanales de madera de roble francés o americano para completar el proceso de crianza, reserva o gran reserva.
Tras su paso por Medinaceli y madurar su proyecto, Candela subió a un tren que la dejó en el pueblo en el que se instaló para trabajar, aprender e ir preparando su tesis. Era un pequeño pueblo de La Mancha, de unos seiscientos habitantes. Hizo averiguaciones de las costumbres de la gente e investigó la existencia de viñas, si iba gente del pueblo a vendimiar, y si había bodegas en sus inmediaciones. Estaba segura de que San Martín de La Mancha sería el lugar ideal para adquirir experiencia y aprender sobre la práctica. Alquiló una pequeña casa en las afueras del pueblo, enfrente de un bonito parque al que llamaban de Santa María.
El entorno le encantó, rodeada de naturaleza, que más podía pedir, estaba entusiasmada por su elección. Le embriagaba un sentimiento de paz y de tranquilidad que le hacía relajarse y trabajar muy a gusto.
Pronto se familiarizó con las costumbres de ese acogedor lugar. Algunas vecinas le habían regalado dulces típicos de la zona, como eran los bartolos y una bandeja de rosquillas, para darle la bienvenida. También un niño pequeño había llamado a su puerta para ofrecerle un pequeño perrito al que adoraba pero no podía cuidar. Ella lo aceptó, pensó que le haría compañía y lo bautizó con el nombre de Baco, dios del vino en la mitología clásica. Fue su fiel y leal amigo, estaba encantada.
Le encandiló el pueblo en su conjunto, la sencillez y hospitalidad de sus gentes, sus costumbres y tradiciones, el castillo del s. XIV, la majestuosidad de la iglesia, los grandes campos dedicados al cultivo de la vid… Decidió formar parte de una cuadrilla de personas para ir a vendimiar. Se levantaba todos los días a las siete de la mañana, sacaba a su perro a pasear y se iba al punto de partida donde se reunían todos los vendimiadores. Como era de fuera, toda la gente se prestaba a ayudarla. Tardaban  cuarenta y cinco minutos en llegar a la finca para comenzar la jornada de trabajo. En el transcurso del camino, cantaban, reían…  
A media mañana paraban para descansar y a las dos de la tarde comían. Se divertía mucho con las historias que contaban las personas mayores. Veía en ellos a personas muy sabias que habían tenido la vida como única escuela.
Aunque a Candela el trabajo físico la agotaba y llegaba a casa exhausta, ella no decaía. Tomaba una ducha descansaba, jugaba con Baco y se ponía a absorber sus libros y a disfrutar de lo que aprendía diariamente. Su tesis iba “viento en popa”.
Un día de octubre, después de trajinar como cada mañana entre las viñas, Candela y el resto de los vendimiadores se tomaron un descanso. Entre bromas, uno de sus compañeros señaló con la cabeza hacia el horizonte y advirtió que se acercaba el hijo del dueño de la finca. Candela se giró hacia el lugar que señalaba su compañero y vio el brillo de unos ojos familiares. Era su amigo Ricardo. Ella no dijo nada. Toda la cuadrilla le saludó cordialmente y él fue a hablar con el capataz, quien le presentó a la gente nueva que ese año trabajaba con ellos. Candela y Ricardo se miraron y  cruzaron una sonrisa que habló por ellos.
Aunque ella en alguna ocasión  había pensado que le habría gustado volver a ver a Ricardo, no pudo ser, ya que no llegaron a intercambiar sus números de teléfono y se perdieron la pista. Candela se emocionó con este reencuentro, pero le dijo que prefería seguir en el anonimato y que nadie supiera de ella. Ricardo accedió pero insistió en que quería hablar con ella en otro lugar. Candela le dijo que ya se verían y continuó con su trabajo. El chico preguntó al capataz qué sabía de Candela, y éste le contó que era una chica de Soria a quien le gustó mucho el pueblo y había alquilado una casa para vivir allí.
Una noche llamaron a la puerta de Candela. Salió a abrir y se sorprendió al ver a Ricardo. Le confesó que estuvo buscándola por toda la ciudad, en la residencia preguntó a todo el mundo, a sus compañeros de clase… pero nadie sabía nada de ella. Candela reconoció que ella también lo pasó bien en la fiesta. Le invitó a pasar y tomar una copa de vino. Ella le contó toda su vida, sus orígenes, la muerte de sus padres, su decisión de estudiar ingeniería enológica, haber elegido aquel pueblo para residir, no sabía si temporalmente o para siempre. Le dijo que cuando estaba estudiando y probó distintas especialidades de vino, le gustaron especialmente los que tenían denominación de origen La Mancha por su sabor, aroma y cuerpo. Uno de sus vinos preferidos dentro de los gran reserva era la variedad del Cabernet Sauvignon por su aroma de gran riqueza en matices, por su paso de boca elegante, por su bouquet totalmente equilibrado. Entonces pensó en realizar su tesis doctoral sobre los vinos de esta región. Para llevar a cabo su proyecto creyó que la mejor opción sería desplazarse a La Mancha y así había llegado a parar a San Martín, un lugar donde se sentía relajada y cómoda.
Ricardo también se sinceró con ella y le dijo que él había estudiado Ingeniería Enológica porque desde pequeño se había criado en el mundo del vino, ya que su padre tenía una bodega heredada de su abuelo. Ahora trabajaba con su padre en el negocio familiar, y viajaba a Asia y América donde exportaban su vino.
Candela y Ricardo seguirían viéndose varias veces aunque ella le insistió en que no quería que la gente del pueblo descubriera cosas de su pasado, ni de sus estudios, porque se sentía muy cómoda como una más, sin etiquetas. Candela prefería que la siguieran tratando como de costumbre. Ricardo prometió guardar  su secreto pero los dos estuvieron de acuerdo en que seguirían quedando para disfrutar de tantas cosas en común. En sus reuniones se podía apreciar un brillo especial en el semblante de ambos, había magia y entusiasmo en sus palabras, en sus declaraciones.
A escasos días de terminar la temporada de la recolección de la uva, Ricardo observó que durante la faena Candela se retiraba del “corte”. Al rato se mareó y cayó al suelo. Aunque la ayudaron a incorporarse, no pudo continuar. Ricardo la acompañó al médico y después a casa. Ella le dijo que se encontraba mejor y quería estar sola.
Al día siguiente estaba previsto celebrar el fin de la temporada, e iban a hacer una comida en el campo, llevaban dulces hechos en casa, vino, etc. Candela no estaba. Cuando Ricardo se enteró que la noche anterior la tuvieron que llevar al hospital, fue a buscarla, pero le dijeron que la chica había pedido que la llevasen a casa para continuar allí el tratamiento.
   Fue a buscarla a su  casa y encontró la puerta abierta, a dos vecinas en el salón, y un médico en el dormitorio de Candela. El médico salió y entró Ricardo en el cuarto. La vio desmejorada y entubada. Tenía una grave dolencia y ella era muy consciente. «No te preocupes, Ricardo, una enfermedad no podía impedirme luchar e intentar conseguir mi sueño», le dijo mientras le acariciaba la mano.
Candela suspiró y lo miró con ternura. Le entregó una carpeta que contenía su tesis y le dijo: “tu sabrás muy bien que hacer con esta información”.




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