Candela bajó la ventanilla del taxi para poder observar mejor el internado. No salió nadie a despedirse de ella y no le importaba. Después del accidente de tráfico de sus padres se había quedado con la compañía de sus recuerdos, unos tutores abusivos y la tristeza de sus doce años. Por eso, tras bajar la ventanilla para observar el edificio de piedra y yedra, se sintió libre por primera vez desde que se quedó huérfana, subió con decisión el cristal y le dio la orden al conductor para que iniciara la marcha.
El ronroneo
del motor la adormeció. Soñó con su padre, manteniendo el brazo alzado para
balancear suavemente el tinto de una copa. La luz se abría en granates
conocidos para el olfato del hombre. El coche tomó un bache y el tinto se desvaneció.
Candela sonrió recostada en el asiento del vehículo. En octubre comenzaría sus
estudios de Ingeniería Enológica.
Transcurrieron
cinco años de esfuerzo y descubrimiento constante. A Candela le entusiasmaba su
carrera. Le gustaba saber acerca de la producción vinícola, conocer las
instalaciones, los materiales que se utilizaban, hacer el cálculo de cargas, la
fase de prensado, filtración y centrifugación… y siempre pensaba que le hubiese
hecho ilusión compartir todos esos conocimientos con su padre. A él y a su
madre les dedicaba su aprendizaje y dedicación.
Candela no
salía apenas con sus amigos para divertirse. Su prioridad era acabar los
estudios y poder dedicarse a ello en el futuro, bien de manera directa,
trabajando en alguna bodega o industria vinícola, o bien impartiendo clases
para transmitir su saber a otras personas. Estuvo cinco años en la Escuela
Politécnica Superior de Orihuela, y un doce de mayo del año 2000 se graduó. En
la ceremonia sintió aún más la falta de sus padres, pero a ellos les brindó en
silencio el momento en que subió a recoger su título.
Fue un día de
sentimientos encontrados, un vaivén de recuerdos, sensaciones y momentos muy
especiales que hicieron que Candela dejase volar su mente para revivir esos dulces momentos al lado de
sus padres, compartiendo juegos, caricias, confidencias… pero la realidad era
otra y fue muy consciente de ello. Intentó estar a la altura de las
circunstancias, era un reto para ella (no dejarse llevar por las emociones
contenidas) que se lo debía a quien tanto amó. Aquel día sentía a sus padres
más presentes que nunca.
En esa
ceremonia conoció a Ricardo. Charlaron largo rato compartiendo sueños y
expectativas acerca de su pasión común: el vino. Pero antes de lo que le
hubiera gustado, Candela tuvo que regresar a la residencia de estudiantes y dar
por teminada la velada.
A los pocos
días de la fiesta, Candela fue a recoger unas pruebas en la consulta del
médico. Detrás de la mesa, el doctor se ajustaba las gafas mientras leía el
informe. Un galimatías de datos técnicos envolvió a Candela, quien entendió
perfectamente su significado. Cuando el doctor hubo terminado, Candela tomó su
bolso y salió de la consulta con decisión. Sabía lo que tenía que hacer.
Llegó a la
residencia y terminó de hacer el equipaje. Se despidió de sus compañeros y
partió hacia su casa, ubicada en una pequeña población de Soria llamada
Medinaceli. Quería regresar a su pueblo para ver cómo estaba todo. Hacía varios
años que no iba por allí. Además, necesitaba ir al cementerio para dejar un
ramo de flores en la tumba de sus padres. Ese era su primer proyecto, aunque
llevaba varias semanas dando vueltas a otro asunto que la tenía bastante
ilusionada. Quería llevar a la práctica toda la teoría que había aprendido en
clase, y pensó que la mejor forma de hacerlo era trabajar, involucrarse en las
tareas de la producción del vino. Había estado documentándose sobre regiones,
costumbres…
El lugar que finalmente eligiese
para poner en marcha su proyecto sería donde ella pudiese visitar los campos de
viñas y por sí misma comprobar todas las especificidades sobre la materia, como
el índice de grados Baumé adecuado, entre otros. Quería ver y hacer el
seguimiento del grano de la uva, ya que sabía que no se podía dañar desde el
campo a la bodega, pues de lo contrario, iniciaría la fermentación antes de
tiempo. Quería seguir la selección de la uva para hacer distintas variedades de
vino, el blanco, el tinto, el rosado. Y comprobar con sus propios ojos cuando
finalizaba la vinificación. De esta manera, podría ver cómo son embotellados
los vinos, como jóvenes o cosecha, o bien madurados en fanales de madera de
roble francés o americano para completar el proceso de crianza, reserva o gran
reserva.
Tras su paso por Medinaceli y
madurar su proyecto, Candela subió a un tren que la dejó en el pueblo en el que
se instaló para trabajar, aprender e ir preparando su tesis. Era un pequeño
pueblo de La Mancha, de unos seiscientos habitantes. Hizo averiguaciones de las
costumbres de la gente e investigó la existencia de viñas, si iba gente del
pueblo a vendimiar, y si había bodegas en sus inmediaciones. Estaba segura de
que San Martín de La Mancha sería el lugar ideal para adquirir experiencia y
aprender sobre la práctica. Alquiló una pequeña casa en las afueras del pueblo,
enfrente de un bonito parque al que llamaban de Santa María.
El entorno le encantó, rodeada de
naturaleza, que más podía pedir, estaba entusiasmada por su elección. Le
embriagaba un sentimiento de paz y de tranquilidad que le hacía relajarse y trabajar
muy a gusto.
Pronto se familiarizó con las
costumbres de ese acogedor lugar. Algunas vecinas le habían regalado dulces
típicos de la zona, como eran los bartolos y
una bandeja de rosquillas, para darle la bienvenida. También un niño pequeño
había llamado a su puerta para ofrecerle un pequeño perrito al que adoraba pero no podía cuidar. Ella lo aceptó, pensó que le haría compañía y lo bautizó con el
nombre de Baco, dios del vino en la
mitología clásica. Fue su fiel y leal amigo, estaba encantada.
Le encandiló el pueblo en su
conjunto, la sencillez y hospitalidad de sus gentes, sus costumbres y tradiciones,
el castillo del s. XIV, la majestuosidad de la iglesia, los grandes campos
dedicados al cultivo de la vid… Decidió formar parte de una cuadrilla de
personas para ir a vendimiar. Se levantaba todos los días a las siete de la
mañana, sacaba a su perro a pasear y se iba al punto de partida donde se
reunían todos los vendimiadores. Como era de fuera, toda la gente se prestaba a
ayudarla. Tardaban cuarenta y cinco
minutos en llegar a la finca para comenzar la jornada de trabajo. En el
transcurso del camino, cantaban, reían…
A media mañana paraban para
descansar y a las dos de la tarde comían. Se divertía mucho con las historias
que contaban las personas mayores. Veía en ellos a personas muy sabias que
habían tenido la vida como única escuela.
Aunque a Candela el trabajo
físico la agotaba y llegaba a casa exhausta, ella no decaía. Tomaba una ducha
descansaba, jugaba con Baco y se ponía a absorber sus libros y a disfrutar de
lo que aprendía diariamente. Su tesis iba “viento en popa”.
Un día de octubre, después de
trajinar como cada mañana entre las viñas, Candela y el resto de los
vendimiadores se tomaron un descanso. Entre bromas, uno de sus compañeros señaló
con la cabeza hacia el horizonte y advirtió que se acercaba el hijo del dueño
de la finca. Candela se giró hacia el lugar que señalaba su compañero y vio el
brillo de unos ojos familiares. Era su amigo Ricardo. Ella no dijo nada. Toda
la cuadrilla le saludó cordialmente y él fue a hablar con el capataz, quien le
presentó a la gente nueva que ese año trabajaba con ellos. Candela y Ricardo se
miraron y cruzaron una sonrisa que habló
por ellos.
Aunque ella en alguna
ocasión había pensado que le habría gustado
volver a ver a Ricardo, no pudo ser, ya que no llegaron a intercambiar sus
números de teléfono y se perdieron la pista. Candela se emocionó con este
reencuentro, pero le dijo que prefería seguir en el anonimato y que nadie
supiera de ella. Ricardo accedió pero insistió en que quería hablar con ella en
otro lugar. Candela le dijo que ya se verían y continuó con su trabajo. El
chico preguntó al capataz qué sabía de Candela, y éste le contó que era una
chica de Soria a quien le gustó mucho el pueblo y había alquilado una casa para
vivir allí.
Una noche llamaron a la puerta de
Candela. Salió a abrir y se sorprendió al ver a Ricardo. Le confesó que estuvo
buscándola por toda la ciudad, en la residencia preguntó a todo el mundo, a sus
compañeros de clase… pero nadie sabía nada de ella. Candela reconoció que ella
también lo pasó bien en la fiesta. Le invitó a pasar y tomar una copa de vino.
Ella le contó toda su vida, sus orígenes, la muerte de sus padres, su decisión
de estudiar ingeniería enológica, haber elegido aquel pueblo para residir, no
sabía si temporalmente o para siempre. Le dijo que cuando estaba estudiando y
probó distintas especialidades de vino, le gustaron especialmente los que
tenían denominación de origen La Mancha por su sabor, aroma y cuerpo. Uno de
sus vinos preferidos dentro de los gran reserva era la variedad del Cabernet Sauvignon por su aroma de gran
riqueza en matices, por su paso de boca elegante, por su bouquet totalmente
equilibrado. Entonces pensó en realizar su tesis doctoral sobre los vinos de
esta región. Para llevar a cabo su proyecto creyó que la mejor opción sería
desplazarse a La Mancha y así había llegado a parar a San Martín, un lugar
donde se sentía relajada y cómoda.
Ricardo también se sinceró con
ella y le dijo que él había estudiado Ingeniería Enológica porque desde pequeño
se había criado en el mundo del vino, ya que su padre tenía una bodega heredada
de su abuelo. Ahora trabajaba con su padre en el negocio familiar, y viajaba a
Asia y América donde exportaban su vino.
Candela y Ricardo seguirían
viéndose varias veces aunque ella le insistió en que no quería que la gente del
pueblo descubriera cosas de su pasado, ni de sus estudios, porque se sentía muy
cómoda como una más, sin etiquetas. Candela prefería que la siguieran tratando
como de costumbre. Ricardo prometió guardar
su secreto pero los dos estuvieron de acuerdo en que seguirían quedando
para disfrutar de tantas cosas en común. En sus reuniones se podía apreciar un
brillo especial en el semblante de ambos, había magia y entusiasmo en sus
palabras, en sus declaraciones.
A escasos días de terminar la
temporada de la recolección de la uva, Ricardo observó que durante la faena
Candela se retiraba del “corte”. Al rato se mareó y cayó al suelo. Aunque la
ayudaron a incorporarse, no pudo continuar. Ricardo la acompañó al médico y
después a casa. Ella le dijo que se encontraba mejor y quería estar sola.
Al día siguiente estaba previsto
celebrar el fin de la temporada, e iban a hacer una comida en el campo,
llevaban dulces hechos en casa, vino, etc. Candela no estaba. Cuando Ricardo se
enteró que la noche anterior la tuvieron que llevar al hospital, fue a
buscarla, pero le dijeron que la chica había pedido que la llevasen a casa para
continuar allí el tratamiento.
Fue
a buscarla a su casa y encontró la puerta abierta, a dos
vecinas en el salón, y un médico en el dormitorio de Candela. El médico salió y
entró Ricardo en el cuarto. La vio desmejorada y entubada. Tenía una grave
dolencia y ella era muy consciente. «No te preocupes, Ricardo, una enfermedad
no podía impedirme luchar e intentar conseguir mi sueño», le dijo mientras le
acariciaba la mano.
Candela suspiró y lo miró con
ternura. Le entregó una carpeta que contenía su tesis y le dijo: “tu sabrás muy
bien que hacer con esta información”.
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